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¿Debemos siempre buscar salir de nuestra zona de confort?

¿Debemos siempre buscar salir de nuestra zona de confort?

De la zona de confort no debemos irnos, sino que debemos llegar, estar, vivirla y expandirla, lograr incorporar cosas nuevas dentro de nuestro espacio de seguridad. Lógicamente, lo nuevo nos da miedo, pero podemos incorporalo en forma calma, pensada, deseada.

Hace unos días hice una encuesta en Instagram. El 74% de la audiencia dijo que sí, el 26% que depende, nadie dijo que no.

Hoy por hoy, es muy común experimentar cierta presión social al respecto. La demanda, además de Vive, Rie, Ama y Good Vibes Only, pareciera ser que indica que debemos estar continuamente saliendo de nuestra zona de confort, en busca de más, o en busca de algo distinto, de un estudio más, de un “mejor” cuerpo, de una alimentación más sana, de una crianza superadora, entre otras. 

Está presente esa sensación de que nada de lo que hacemos es suficiente y de ahí la necesidad de salir de nuestra zona de confort. Constantemente hay algo nuevo, una tecnología nueva que debemos sumar a nuestra vida y no quedarnos afuera, un tipo de actividad física distinto y novedoso que debemos probar, una forma de alimentarnos super “sana” e innovadora…

Ahora bien, ante este planteo sobre si siempre debemos buscar salir de nuestra zona de confort, lo primero que debemos hacer es preguntarnos qué es la zona de confort para nosotros. 

Hay muchas definiciones de la zona de confort según distintos autores. Una buena definición es la que considera a la zona de confort como un estado psicológico en el que nos sentimos cómodos, seguros, tranquilos, sin mucho estrés aparente. Es una zona que conocemos y que por ende, nos hace sentir que tenemos cierto control sobre lo que vivimos. En general, es una zona en la que no tomamos muchos riesgos que puedan generar incertidumbre o ansiedad. Es una zona en la que nos sentimos auténticos y satisfechos. 

Hay autores, como Alasdair White, que indican que fuera de esta zona de confort, se encuentra la zona de aprendizaje (dando a entender que no hay aprendizaje en la comodidad) pero que, si nos excedemos en estrés y exigencia, podemos ingresar a la zona de pánico o peligro. 

Por su parte, Kristen Butler, en su libro The Comfort Zone, plantea la existencia de otras dos zonas: la zona de supervivencia y la zona de suficiencia, categorías que encuentro muy interesantes.  

  • zona de supervivencia: es un estado psicológico en el que tomamos decisiones bajo miedo, estrés y con mucha incertidumbre. Incluso tomamos decisiones de corto plazo que a largo plazo pueden ir en contra de nuestra salud mental.  Según Butler, las personas workaholics, suelen incluirse dentro de esta zona. A pesar de ser admirados por su compromiso con el trabajo, detrás del velo, hay miedo a no poder cumplir metas alejadas de su realidad, a no sentirse suficiente, a ser menos exitoso que otro.

 

  • zona de suficiencia: es la zona en la que todo se siente muy difícil, todo pesa. En donde experimentamos cierto parálisis que puede sentirse como un alivio en el ciclo del estrés, pero donde no hay paz, ni diversión, ni crecimiento. No es vivir ni sobrevivir, es simplemente existir.

 

Para explicar en forma gráfica cómo ella entiende que nuestro proceso de crecimiento debería ser, acude a la fábula de la tortuga y la liebre. 

Para Butler, dentro de las razones por las que la tortuga le gana a la liebre, más allá de la constancia, ella hace hincapié en el caparazón de la tortuga como su lugar seguro. Lo que le permite avanzar a la tortuga es sentirse cómoda en todo su trayecto, en todo su recorrido, disfrutando de la experiencia. La tortuga sabe que cuando quiera parar, ella va estar en su hogar, lo que le permite moverse a su tiempo, con calma, respetando sus tiempos y aclimatándose a los cambios. 

En cambio la liebre, cae en un burn out, por sobreexigirse y no escuchar sus propias necesidades, poniendo el foco meramente en el resultado, en el bien tener y no en su bien-estar.

Los desafíos y el crecimiento personal no deberían ser abrumadores. 

Lo que sucede es que hay una creencia instalada y limitante que nos lleva a pensar que el trabajo duro y a costa de nuestra salud mental es la única forma que tenemos de cumplir nuestras metas y “ser exitosos”. Bajo este paradigma, creemos que la única forma plena de vivir es trabajando duro, y nosotros, a través de lo que se llama “sesgo de confirmación” inconscientemente buscamos respaldo empírico que avale que efectivamente es así. Si asociamos nuestro valor propio a nuestros logros, entonces, lógicamente nos vamos a ver envueltos en la necesidad de vivir presionados a salir de nuestra zona de confort en busca de algún reconocimiento externo que nos valide. 

Tanto si estamos viviendo en la zona de supervivencia como en la zona de suficiencia, resulta difícil pensar que el trabajar más duro nos vaya a llevar a un mejor lugar. Lo que necesitamos es exactamente lo opuesto. Necesitamos tiempo de descanso, de reflexión, de restitución, de regeneración. Necesitamos crear nuestra zona de confort.

Entonces no siempre hay que buscar salir de nuestra zona de confort, a veces, necesitamos fortalecerla.

Otra veces no salimos de nuestra zona de confort sino que somos expulsados por algún hecho ajeno a nuestro control. Por ejemplo, el fallecimiento de una persona muy cercana nos saca directamente, sin siquiera dudarlo ni pensarlo, de nuestra zona de confort.

Entonces, ¿qué pasa cuando salimos de nuestra zona de confort pero no por voluntad propia? ¿Qué dice el paradigma del trabajo duro al respecto? ¿O qué pasa cuando tomamos la decisión, por ejemplo, de mudarnos de país o del lugar donde vivimos la mayor parte de nuestra vida? Ya bastante cambio tenemos como para seguir auto incomodándonos, varios duelos por procesar como para presionarnos. De nuevo, en esos casos es necesario crear una nueva zona de comodidad. 

Hay momentos en los que necesitamos crear nuestra zona de confort y quedarnos en ella. 

Ahora bien,muchos especialistas disertan, hablan, escriben sobre el riesgo de quedarse en la zona de confort, el riesgo de que esa sensación de seguridad pueda ser perjudicial y que nos lleve a estar cómodos y tranquilos, pero sin ningún tipo de motivación, y nos transformemos en seres apáticos y desganados. Sin embargo, mi sentido común me indica que si llegamos a ese lugar, es porque salimos de la zona de confort, y nos encontramos en la zona de suficiencia. 

Pienso que podemos estar de acuerdo en que ninguna persona se siente cómoda cuando está desmotivada, desganada y siente que su vida es monótona. O bien no lo percibe así y por eso esa persona disfruta de esa vida, o si la percibe entonces no lo disfruta. En ese caso, de donde hay que moverse es de la zona de suficiencia, no de la zona de confort. Ahí lo que sería bueno es que intentemos generarnos nuestra nueva zona de comodidad, donde podamos sentirnos vivos y auténticos.

Borja Vilaseca, en su libro Qué harías si no tuvieras miedo, nos dice que en general nos atrevemos a salir de nuestra zona de confort cuando el nivel de insatisfacción y malestar es superior al miedo al cambio. entonces, esa sensación de que no hay nada que perder nos da coraje para dar el paso. 

Pero me pregunto,  ¿qué tiene de cómodo la insatisfacción? ¿Por qué llamamos zona de comodidad a ese lugar en donde nos sentimos atascados, achanchados, limitados?

La clave es conocernos a nosotros mismos para poder escucharnos y estar atentos a cuando empezamos a sentir que algo cumplió su ciclo, que algo ya no te motiva, no te genera esa emoción y estamos necesitando un cambio. Y ahí, lo más valiente que podemos hacer, es explorar qué elegimos  y qué necesitamos para de a poco lograr ese cambio. 

De este modo, gestionamos el miedo que nos da el cambio y que lleva a no arriesgarnos. Si en vez de salir de la zona de confort, como se dice, nosotros buscamos crearla y expandirla, nuestros cambios van a ser más sostenibles y mucho menos estresantes que saltar al cambio. 

Tomamos muchas mejores decisiones cuando estamos tranquilos y en nuestro espacio de confianza. Crear un lugar seguro en donde podamos aprender cosas nuevas y experimentar crecimiento sostenible, quizás sea la mejor recomendación que nos podemos dar a nosotros mismos. 

De la zona de confort no debemos irnos, sino que debemos llegar, estar, vivirla y agrandarla, lograr incorporar cosas nuevas dentro de nuestro espacio de seguridad. Lógicamente, lo nuevo nos da miedo, pero si lo incorporamos en forma calma, pensada, deseada, y en el marco de nuestra seguridad, podemos ampliar nuestra zona de comodidad y encarar nuestros desafíos con propósito, intención y pasión.

De donde debemos irnos es donde estemos limitados, donde nos sintamos incómodos y que poco a poco de alguna manera vamos muriendo. E incluso de esta zona, cada uno va a salir a su tiempo, a su forma y cuando esté listo para empezar a construir su nueva zona de confort.

 

De la zona de confort no debemos irnos, sino que debemos llegar, estar, vivirla y expandirla, lograr incorporar cosas nuevas dentro de nuestro espacio de seguridad. Lógicamente, lo nuevo nos da miedo, pero podemos incorporalo en forma calma, pensada, deseada.

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